A Julio lo conozco desde que tenía cuatro meses y, aunque lógicamente ha cambiado mucho, sigue siendo igual de guapo y simpático que entonces. Recuerdo que a los cuatro meses cuando sonreía nos caía la baba a todos, pero es que ahora nos sigue pasando! Eso sí, es un trasto. En todo el tiempo de la sesión no paró quieto. Creo que descubrió todos los rincones del estudio. Tanto que cuando vino con su madre a recoger las fotos se fue directo a coger lo que más le había gustado, el carrito de la primera foto.
De esta sesión me gusta especialmente la última foto porque es la más improvisada, aunque no lo parezca en absoluto. Estábamos todos diciéndole cosas para que nos hiciese un poco de caso, y él girado hacia el fondo. Y justo en ese instante se giró, nos miró, y volvió a su mundo! jiji. Ese instante dura medio segundo pero cuando consigues la foto, ya puedes dar gracias a todas las canciones de Pocoyó y otras herramientas de entretenimiento! ;)
Preciosas fotos, Irene. Sobre la última, si, se le nota en su mundo: un mundo mágico que hay que saber captar y tu lo has hecho estupéndamente. Un saludo.
Preciosas fotos, como siempre!!!!
Preciosas, Irene. Respecto a la última foto, se nota que tiene cara de estar en su mundo, pero has sabido transmitir ese mundo! Enhorabuena.